5.- La relación se establece con cada uno
y con todos los alumnos en su conjunto. La percepción de lo que haga o
deje de hacer el docente difiere -aunque no radicalmente- de alumno a
alumno. Cada estudiante tiene sus propios “apercipientes” (Herbart), es
decir, puntos de vista personales en torno a las cosas y a los
acontecimientos. Por eso es importante cimentar en el aula, sobre la
base de unas reglas “un sistema de referencia para
poder reconocer y aceptar la realidad de otros mundos para otros sujetos
sin necesidad de negar la realidad de su mundo propio. De esta suerte
se crea, por encima de la diversidad de los mundos individuales, un
sistema general de transferencias o traducciones que permiten cernerse
sobre todos esos mundos -sobre el suyo propio también- y le ponen en
posesión de uno como integración de todos los mundos individuales” (García Morante).
La expresión “esto no es justo”, aludida
comúnmente por los alumnos, encuentra aquí su sustento. Máxime, cuando
ante una misma indicación o estímulo el profesor procede de distinta
manera con los alumnos. Por eso es importante atender los hechos lo más
objetivamente posible para no generar precedentes, que luego el profesor
difícilmente podrá revertir.
6.- Cada alumno aporta a la relación su
propio marco de referencia, su manera de ser, su intimidad, sus
necesidades, emociones y prejuicios, que influyen en sus comportamientos
y respuestas.
7.- Igualmente, el profesor aporta a la
relación su propio marco de referencia, su manera de ser, sus
necesidades, prejuicios y obligaciones, que influyen significativamente
en sus emisiones y también en sus respuestas. Cuando el profesor no
controla sus reacciones, cuando se deja llevar por sus emociones, por
sus simpatías, por procedimientos en el pasado eficaces sin atender el
presente, cuando trasluce su tedio, cuando externaliza su disconformidad
con alguna norma del colegio, cuando extrapola machaconamente su
experiencia personal como modelo de lo que debería ser o lo que se
debería hacer, mediatiza y contamina la relación con sus alumnos.
8.- La materia que imparte el docente
está tan integrada a su persona que corre el riesgo de creer que aquella
tiene por sí misma el atractivo suficiente para el alumno, de modo que
este responda siempre con atención y con eficiencia en clase. A
diferencia de lo que ocurre en la Universidad, donde los alumnos valoran
y admiran el dominio de los conocimientos, en el colegio la eficacia de
la instrucción pasa necesariamente por la percepción que tenga el
alumno de la personalidad del profesor. Por eso el docente debe “evitar
empujar la enseñanza hasta los extremos límites a que puede llegar en
el conocimiento del tema. Abnegadamente debe refrenar ese ímpetu a
rebasar las fronteras asignadas a su grado o materia… En verdad, no es
cosa fácil sino esforzada mantener el nivel más homogéneo posible dentro
del grupo. Pero es requisito indispensable. Porque el abandono de
algunos discípulos equivale a la comisión de una iniquidad por parte del
profesor. Las consecuencias son perjudiciales para el niño o el joven” (García Morante).
9.- La relación profesor-alumno que se
establece no es gratuita de entrada. Al comienzo se basa en la
apreciación de papeles establecidos que con la continuidad se delimitan,
se precisan y consolidan. La función del docente contiene más funciones
y es más amplia: instruye, estimula, corrige, forma y orienta. Cuando
el docente es íntegro conoce su materia, es cálidamente exigente por ser
ejemplar, logra el afecto y la admiración de sus alumnos. Su prestigio
mueve al alumno a responder con respeto, atención e interés por su
curso.
10.- En la relación con el alumno
interviene otro elemento que es fundamental para su sostenimiento: la
axiología y principios del colegio, que el docente debe procurar
encarnar; de manera que, desde su ámbito, contribuye eficazmente al
logro del perfil del alumno, en el cual está comprometido el centro
educativo
No hay comentarios:
Publicar un comentario